lunes, 9 de noviembre de 2009


Fótógrafo: Pedro Meyer

Ménage à trois

Amélie Olaiz

I
Nina abandona su sitio en la cama, con cautela, como si fuera un palito chino de un juego de Mikado. Cierra los ojos y en un flashazo recuerda las risas, el bar, las miradas, la música y el baile. Esta escena se repite cada fin de semana y siempre termina en departamentos ajenos, con alguien distinto, pero esta experiencia fue la mejor. Hoy por primera vez han sido dos. Sonríe. Hace unas horas esos cuerpos frotaban el suyo, como toros ansiosos. Los observa; hombres hechos y derechos que parecen niños abrazados a la almohada, agotados. Abre las puertas del closet y tira al piso lo que no le gusta, por fin escoge un vestido rojo, se lo enfunda y se mira en el espejo. Le sienta bien, patea su camiseta hacía una esquina y busca sus tacones. Se alza el pelo en un chongo improvisado que ajusta con una pinza de carey. Aún es de madrugada cuando sale a la calle y se pierde entre las sombras de la noche.

II
Fernando abre los ojos, debió beber demasiado anoche porque un dolor punzante se le encaja en la sien. Gira la cabeza hacia la derecha y ve un cuerpo en posición fetal que le da la espalda, no sabe quién es, pero prefiere no averiguar más. Hace algún tiempo que la amnesia del día siguiente acompaña sus parrandas. Debe estar envejeciendo. Se sienta sobre la cama y con las manos presiona algunos puntos del cráneo que ceden bajo las yemas de los dedos y alivian ligeramente el dolor.
Mientras se enfunda los pantalones, busca el resto de la ropa con los ojos. Mira a su acompañante en el lecho y nota que trae puesta su camisa y una falda. Se pone los zapatos, y el saco, antes de salir del cuarto mira el clóset abierto y observa la ropa femenina esparcida en la alfombra. Fernando respira aliviado, ha pasado la noche con una mujer de buen ver. En la bolsa de su pantalón está la cartera intacta. Frente al espejo de una coqueta se arregla el pelo con las manos. En el departamento no hay nadie más. Abre la puerta y baja por las escaleras hasta llegar a la calle. Saca su celular y pide un taxi mientras camina apresurado.

III
Samy se estira a sus anchas en la cama, se incorpora para buscar a sus compañeros de la noche. El closet y la puerta del baño están abiertos pero no escucha ningún ruido. Se han marchado, qué lastima, le hubiera gustado seguir la fiesta. Se levanta y observa su imagen en el espejo, la camisa de él le sienta bien y la pequeña falda de ella le parece graciosa pero se la quita y la avienta bajo la cama. Abre el closet de par en par y escoge unos jeans que le quedan grandes. Calza sus botas vaqueras, se revuelve un poco la pequeña melena mientras silva una tonada desentonada. Hombre, mujer, hombre, mujer, qué más da. Sale al balcón y de una maceta corta varias margaritas amarillas, esparce los pétalos y se marcha.

AL DÍA SIGUIENTE
Mariana entra a su departamento. Es tarde y está cansada, los viajes de trabajo la dejan exhausta. Deja el llavero sobre la coqueta y se mete al cuarto. Un escalofrío la invade, tiene la certeza de que alguien ha dormido en su cama. Olvida el cansancio y sale en busca del encargado. Golpea la puerta de la portería varias veces hasta que el hombre se asoma con el pelo desordenado y la modorra marcada en la cara. Mariana le exige una explicación. El portero le asegura que ella misma entró la noche anterior con sus amigos. Mariana se enfurece. El portero niega haber cogido la llave que estaba escondida en la maceta, baja la mirada y en silencio soporta los reclamos. Mariana sube nuevamente a su departamento, se percata de que hay un camino de pétalos amarillos que la lleva hasta la mesa, donde encuentra el duplicado de la llave.