lunes, 26 de enero de 2009

Las camas y sus misterios(según una novela de John Cheever)

Detalle de como un trono
Fotógrafa: Amélie Olaiz

"En mis viajes he observado que las camas extrañas que ocupo en los hoteles y las pensiones poseen una atmósfera muy distinta según el caso, y ejercen una influencia profunda sobre mis sueños. He sabido que transmitimos parte de nosotros mismos-de nuestro espiritu y nuetros deseos-a los colchones sobre los cuales descansamos, y dispongo de pruebas sobradas para demostrar mi idea. En invierno pasado, una noche en Nápoles soñé que lavaba un guardarropa entero de prendas que no se planchan, algo que como tú bien sabes, yo jamás haría. El sueño era muy explícito, podía ver los artículos de vestir colgados de la ducha, y oler la tela húmeda, aunque eso no es parte de mis recuerdos. Cuando desperté me pareció que estaba rodeada por una atmósfera diferente de la mía, tímida, sincera y casta. Era evidente que en la habitación había una presencia. Por la mañana pregunté al empleado de la recepción quién había ocupado antes mi cama. Revisó sus libros y dijo que había sido una turista norteamericana-cierta señorita Harriet Lowell-que se había trasladado a un cuarto más reducido, y que en ese momento salía del comedor. Me volví para ver a la señorita Lowell, cuyo vestido blanco inarrugable ya había visto en sueños, y cuyo espiritu tímido, casto y sincero aún flotaba en la habitación que ella había abandonado. Sé que atribuirás esto a coincidencias, pero déjame continuar. Un tiempo después, en Ginebra, me acosté en una cama que parecía exhalar una atmósfera tan desagradable y venérea que mis sueños fueron repugnantes. En ellos ví a dos hombres desnudos, uno montado sobre el otro como un jinete y el caballo. Por la mañana pregunté al recepcionista quiénes habían sido los ocupantes anteriores, y dijo: "oui, deux tapettes." Habían hecho tanto ruido que se les había invitado a abandonar el hotel. Después de esto, me acostumbré a imaginar quién había sido el ocupante anterior de mi cama, y a comprobarlo por la mañana con el empleado. Acerté siempre, es decir, siempre que el empleado se mostró dispuesto a cooperar. Si se trataba de prostitutas, a veces estaban pocos dispuestos a ayudar. Si no hallaba ninguna presencia en mi cama, llegaba a la conclusión de que se había mantenido desocupada una semana o diez días. Nunca me equivoqué. Ese año, en mis viajes, participé de los sueños de hombres de negocios, turistas, matrimonios, personas castas y ordenadas, y también prostitutas. Realicé mi experiencia más notable en Munich, durante la primavera.
Me alojé como siempre en el Bristol, y soñé con un abrigo de cibelina. Como sabes, detesto las pieles, pero ví muchos detalles de ese abrigo, el corte del cuello, los retazos de piel color miel, la seda amarilla del forro, y en uno de los bolsillos de seda un par de billetes para la ópera. Por la mañana pregunté a la doncella que me trajo café si la ocupante anterior del cuarto había tenido un abrigo de piel. La doncella juntó las manos, elevó los ojos hacia el cielo y dijo sí, sí, era un abrigo de cibelina rusa y el más hermoso que ella había visto. La mujer estaba enamorada de su abrigo. Para ella era como un amante. Y la mujer dueña del abrigo, pregunté mientras revolvía mi café y trataba de parecer poco interesada, ¿solía ir a la ópera?. Oh, sí, sí, dijo la criada, había venido al festival de Mozart, y durante dos semanas había ido todas las noches a la ópera con su abrigo de piel.
El asunto no me desconcertó demasiado-siempre supe que la vida es sobrecogedoramente misteriosa-pero ¿no dirías que tengo pruebas indiscutibles del hecho de que dejamos fragmentos de nosotros mismos, nuestros sueños y nuestro espiritu en los cuartos donde dormimos?."

©Bullet Park(capítulo XI), de John Cheever(1912-1982)
Enviado por José Manuel Poveda

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