miércoles, 29 de julio de 2009

En silencio, con los ojos abiertos

Elena Méndez
Para Rubén Don

Necesito estar en silencio, con los ojos abiertos, te dijo mientras yacían sobre la cama, ella en el lado izquierdo, tú en el derecho. Una cama matrimonial. Matrimonial, como implicando un compromiso que ninguno estaba dispuesto a aceptar.
Milagrosamente no había llovido. Se percibía un débil ocaso desde la ventana.
Estrechaste su mano y decidiste hacer lo mismo, contemplar el techo en silencio, con los ojos abiertos, descifrar las manchas de humedad.
Aún no me perdona, pensaste, por eso no osabas despojarla de la ropa. Te recargaste en su hombro. Te acarició el pelo. La observabas de reojo. Cerró los párpados, palpaste su rostro con el índice. Lloraba. Se acostó boca abajo. Le acariciabas la espalda. ¿Cuándo me vas a perdonar? No sé, ya no tengo la misma inocencia de antes, se incorporó levemente, evadiendo tu mirada. Era innecesario, rara vez mirabas a los ojos. Retomó aquella posición.
Empezó a oscurecer.
Te odiaste.
(¿Hacía cuánto que no llorabas?)
Yo no quería que ella lo supiera, confesó de golpe, Eso ya lo habíamos hablado, pues sí, pero cómo quieres que olvide esa humillación, nuestra despedida tan abrupta, se levantó de la cama, acurrucándose sobre la alfombra, pensaste en lo que mencionó acerca de la inocencia, sabías a qué se refería, haber intentado enamorarse de otro. Ahora sonreía tan poco como vos.
¿Entonces? Entonces no sé, tú seguro piensas que vine por sexo y no es así, no es ahora lo fundamental, quería saber qué sentía al verte de nuevo.
Te acomodaste a sus pies. Estiraste una de sus piernas sobre tu abdomen. ¿Sólo eso? Tardó en responderte. Tenía frío, estaba aburrida. Era delicioso su cinismo y sin embargo había conseguido herirte. Creí que todavía… Sí, todavía, murmuró avergonzada. Pero esta noche déjame reponerme de la ausencia. Necesito estar en silencio, con los ojos abiertos, que hoy como siempre seas mi insomnio.

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