miércoles, 29 de julio de 2009

Palabras desde la cama

Mara Jiménez

Estoy algo ajada. Llevo estas marcas indelebles que cuentan mi historia. Pero mi historia es la tuya. Tus cabellos que sobre mi reposan y a través de los cuales he aprendido a escuchar tus sueños, a leer tu angustia y hasta a enjugar tus lágrimas secretas, esas que derramas en la oscuridad cuando la frustración te hace sentir aplastado y solo.
Soy tu confidente, a la que buscas más por el instinto de tu comodidad, por el placer primitivo de abrazarme, que por el hecho de aceptar que me necesitas cada noche, para conciliar tu día y para conciliar el sueño. Si mediaras unas cuantas frases conmigo, verías que se más de ti, que tú mismo; si no me ignoraras al despertar, habrías sabido de cómo dar ese paso definitivo afuera del quicio de tu casa para enfrentar al sol; si te contara lo que de ti pienso, estarías más conforme con tu vida de lo que estás ahora... pero sólo soy un objeto inerte ante tus ojos planos.
Yo fui creada para eso, para apuntalar la comodidad de tus descansos, para tragarme tus quejidos de placer, para oír tus cuitas a oscuras, para vigilar tus sueños, para amoldarme a ti.
Hoy amanecí sintiéndome peculiarmente agobiada, más ajada que en cada amanecer, y tal vez hasta un poco sucia. No es que quiera cambiar mi oficio ni mi forma, para eso estoy, pero las noches empiezan a pasar en mi estructura y necesito que me ayudes.
Quiero ver la luz, que me lleves hasta le ventana y me dejes un rato observar ese rayo suave que me dará cobijo y evaporará tus lágrimas de la semana pasada; que me dejes sentir el viento deslizándose sobre mis superficies para que se lleve de a poco esos pensamientos terroríficos que te azotaron hace algunos días y de paso los quejidos de tu solitario placer de hace dos meses; quiero los sonidos de las escasas aves que habitan el árbol que está frente a nuestra ventana, para diluir en sus trinos tus sueños imposibles, esos que sueñas con los ojos abiertos y cerrados.
Mi petición no es extraña. Al fin y a cabo, es lo que pediría cualquier almohada que habita la cama de un soltero.

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